Existe un cierto mimetismo básico, natural, en nuestro sentimiento por el dolor de los demás que solemos denominar compasión. Es decir, la compasión es un sentimiento, algo que nos afecta, un cierto padecer, una tristeza suscitada por el dolor ajeno. Compadecer supone un padecer propio generado por un padecer ajeno. Este mimetismo es inherente a nuestra especie pues se basa en la semejanza entre un hombre y otro.
Releyendo a Aurelio Arteta leo, “la compasión se apoya en la relación de semejanza entre el compasivo y el compadecido”. Esto quiere decirnos que aquel que en un momento dado es objeto de nuestra compasión, no está por debajo, ni es inferior, sino que se sitúa en el mismo lugar que nosotros: él es como nosotros.

Es por ello, que no es legitima la idea tan extendida de asociar la compasión con la lastima, pues ésta degrada tanto al que la siente como al que es objeto de ella.
Esta semejanza entre los hombres es la base metafísica de la compasión la cual entiende que no existe diferencia posible entre el propio yo y los demás por lo que no equivocamos el “camino” cuando, como si se tratara de nosotros mismos, tratamos de evitar el sufrimiento de los demás y de posibilitar su propio bien.

Si bien la justicia supone el no hacer daño a nadie y la caridad consiste en la ayuda activa al otro, ambas virtudes morales por excelencia se encuentran enfrentadas a sus adversarios fundamentales que son el egoísmo y la maldad.
Tanto la justicia como la caridad nacen de la compasión, ese sentimiento que se despierta ante el sufrimiento ajeno, el cual supone un claro reconocimiento de nuestra interdependencia con todo lo que existe.                                                                                                     La compasión supone el reconocimiento de la unidad esencial de todo lo que vive, de todo lo que hay y de todo lo que acontece, junto al reconocimiento de todas las funciones que realizamos, tal y como podemos contemplar en estos delicados momentos que luchamos frente a una pandemia, al tomar conciencia de nuestra interdependencia, de la realidad de que nos necesitamos los unos a los otros, a los transportistas, a los bomberos, a los militares, a los policías, a los /as empleados/as de comercios alimentarios, a las fábricas esenciales, a los/as enfermeros/as, a los/as limpiadores, a los/as celadores, a los/as médicos, a los/as psicólogos/as, a los/as trabajadores sociales, a los asesores laborales, a los funcionarios…                                                                                                        ¿Sería legitimo un juicio de valor sobre la mayor o menor importancia de las funciones?                                                                      ¿Podríamos decir que es más importante un medico, un bombero…que un trabajador de la limpieza urbana u hospitalaria o que un transportista que abastece tus mercados o que un agricultor que produce lo que comes o que un empresario/a, que da trabajo a diferentes familias o que un trabajador que con su trabajo levanta la empresa para la que trabaja?                                     Todas esas funciones son necesarias e igual de importantes y nos damos cuenta de ello cuando se paralizan o estamos en crisis, como ahora. Todos nos necesitamos, sin duda, luego todos necesitamos estar bien para llevar a cabo nuestras funciones y evitar entre todos el dolor y el sufrimiento de los demás. El único móvil moral es la compasión y ésta supone la supresión de la diferencia entre los seres.

Ahora bien, ¿puede haber compasión sin autocompasión?
Hace algunos años, allá por 1989, Sharon Salzberg en un dialogo que mantenía con el Dalai Lama dijo que muchos occidentales se odiaban a si mismos. Aquel hombre quedó impresionado pues nunca había oído algo semejante ya que siempre había dado por sentado que las personas se amaban a si mismas. En su lengua natal, el tibetano o el pali y sánscrito, la expresión compasión es un sentimiento hacia los demás y hacia uno mismo, es decir, no existe el término autocompasión, aunque dado que es cierto que hay muchas personas irritadas y enfadadas consigo mismas, deberemos de acuñar esta expresión.
Ser autocompasivo implica que, en lugar de criticarse, culpabilizarse y enjuiciarse, las personas sean compasivas consigo mismas para poder ser compasivas con los demás. Es decir, tener compasión supone la aceptación desde la benevolencia de todos esos aspectos de nosotros/as mismos/as poco estimulantes y de todas nuestras imperfecciones que no siempre queremos aceptar.


La aceptación no es la resignación, sino el principio para poder transformar lo que hay y trazarnos un camino.

En general nos encontramos luchando contra las experiencias negativas y nos sentimos culpables si las cosas no van bien. Nos negamos a aceptar y pensamos “esto no debería estar sucediendo”, “como es posible que pase esto o aquello”, “si en vez de ser como soy fuera de otra manera” …

La autocompasión es una habilidad que puede ser aprendida por cualquier persona, incluso por aquellos que solo saben relacionarse desde el autojuicio y la autocritica y no saben ser amables con ellos.
La autocompasión es una actitud mental que ayuda a atravesar el dolor que nos autoinfligimos diariamente pues proporciona fuerza emocional y resiliencia al activar el perdón, el cuidado y el respeto hacia nosotros mismos y es desde ahí, desde el amor bondadoso, que empezamos a realizar los cambios necesarios en nuestras vidas para vivir con plenitud.

Siguiendo a Neff ,coautora de Mindfulness & Compassion, los tres componentes de la autocompasión son: la amabilidad, la humanidad compartida y la atención plena y todo puede ser aprendido mediante programas como el MT-E (Mindfulness Terapéutico Equilibrium) que te facilito durante 8 semanas, junto al Club de la Meditación Terapéutica que te permitirá profundizar en tu Práctica.


El entrenamiento MT-E, esta indicado para todos y sobretodo para aquellos/as que buscan la paz interior, la tranquilidad y mejorar su relación con los demás. La autocompasión abre las puertas a la reducción del estrés, calma la obsesión inquietante, reduce los estados depresivos, la confusión, el sufrimiento mental y el miedo.

Textos de interés:.

– Aurelio Arteta. “La Compasión”. Barcelona: Paidós 1996.
.- María Zambrano. “Hacia un saber sobre el alma”. Madrid. Alianza 1989.
.- Remedios Ávila Crespo. “El Cuerpo y la Compasión. Una reflexión metafísica sobre el dolor”.
Artículo publicado en “Variaciones sobre el cuerpo”. Secretariado de publicaciones. Universidad de Sevilla.

Nacho Montero-Ríos Gil
Psicólogo. CV01982.
Psicología y Tratamiento del Dolor.
nacho@nachomonterorios.com